viernes, 26 de abril de 2019

Concurso de cuentos cortos del C.P. Dolores Medio

Algunos cuentos que participaron en el certamen (incluido el cuento ganador) son:


El balcón de la abuela.

Autora: Isabel A.
Curso: 6º B

Érase una vez, unas hermanas ovetenses que visitaban a su abuela cada domingo. Se llamaban Lara y Rosa. Les encantaba ir a su casa porque había muchos juguetes y porque era muy grande. Pero lo que más les gustaba era el balcón. Tenía barrotes en vertical de color rosa. Desde allí se veía toda la ciudad.
Un día, jugando con Rosa, Lara metió la cabeza y las piernas entre los barrotes. Cuando iba a sacar la cabeza, no pudo. Lara empezó a llorar y su abuela acudió a ayudarla. Ella tampoco lo logró. Llamaron al 112. Poco después llegaron los bomberos e intentaron por tercera vez sacar del balcón a la pobre Lara. No lo consiguieron. Sólo la podían sacar rompiendo los barrotes. Se lo comentaron a la abuela y ésta aceptó. Al fin, consiguieron su objetivo, pero las dos hermanas estaban tristes porque habían destrozado el balcón que tanto les gustaba. Rosa tenía moratones por detrás de las orejas, aunque a ella le daba igual. En ese momento, lo único que le importaba era el balcón: lo quería tal y como era. Tal y como había sido siempre.
Pero en la casa de la abuela había gastos más importantes y el dinero no llegaba para todo. Así pues, las dos hermanas crecieron y el balcón seguía roto.
Decidieron dedicarse a la carpintería y al bricolaje para poder reparar el balcón que tanta diversión les había dado de pequeñas. Una vez terminados sus estudios, Lara y Rosa formaron una empresa de rehabilitación de casas.
Desde ese día pudieron cumplir su mayor deseo. Lara y Rosa encontraron su vocación y fueron las mejores carpinteras del mundo.

La mudanza.

Autora: Alba I.
Curso: 6º B

Pensaba que iba a ser una mudanza normal, como las seis que hemos hecho por culpa del trabajo de mi padre, pero no lo fue.  Me bajé del coche en Avilés, una de las ciudades de Asturias, con el olor del mar pasándome rápido por la nariz y los ladridos de unos perros que  se hallaban atados a una farola. Pero en ese momento, mi única preocupación era si iba a hacer amigos en el nuevo colegio.
Al día siguiente, tuve la grandísima suerte de que ese día en el colegio,  íbamos a la playa de excursión, y aproveché  el camino hacia allí para encontrar amistades, pero no fue uno de  mis mejores momentos.
Una vez allí, todos nos vestimos y yo seguía sin tener compañía. Me fije en una esquina del vestuario, y vi a una niña arrodillada. Me acerqué y me enteré de que ella se llamaba Jessica, y que también estaba sola. No tardamos nada en hacernos amigas.
Nos bañamos juntas, y después ella me propuso enterrarla en la arena. Un tiempo después, Jessica ya estaba enterrada hasta el cuello y llegó la hora de irnos. Yo me apresuré para desenterrar a Jessica lo antes posible, pero ella no quiso, no sé por qué.
En un momento me enteré de que ella no venía con nuestra clase, pero no veía ningún adulto que podría estar con ella. Me tuve que despedir después del grito de la profesora, y dejarla enterrada.
Al día siguiente, salió en las noticias que en esa misma playa había subido la marea hasta rebasar el paseo, y yo no pude quitarme a Jessica de la cabeza, ni dejar de pensar qué podría haberle pasado.
En unos tres meses le dieron un nuevo destino a mi padre, esta vez en Sevilla. No la volví a ver y siempre, siempre, me hacía la misma pregunta: ¿para qué suben las mareas?
Fue mi única mejor amiga.